Teodoro Boot
Pasados los
sofocos propios de las campañas electorales y las ofuscaciones de las pujas
políticas coyunturales, los graves episodios que tuvieron y tienen lugar en la
provincia de Santa Fe, con epicentro en Rosario, y en otras regiones del país,
originados mayormente en el narcotráfico, deben ser puestos en perspectiva
dejando de lado la tontería irresponsable exhibida por varios legisladores,
funcionarios y dirigentes políticos de diversa extracción.
Por
definición, por droga se nombra a cualquier sustancia que, sin ser alimento, es
metabolizada por el organismo humano. A lo largo de los tiempos, su uso, tan
antiguo como la existencia del hombre, tuvo propósitos recreativos, religiosos,
bélicos, excitantes, sedantes, energizantes. Lejos de provocar perturbaciones
sociales (excepto en el caso del alcohol) al ser utilizadas en ceremonias
rituales, fortalecía los lazos de unión de la comunidad y de ésta con algún ser
superior.
Tampoco
provocaba daños graves a la salud, hasta que el tabaco llegó a Occidente y, con
el tiempo, comenzó a generalizarse en sociedades en las que el consumo ya
empezaba a asomar como incentivo y motor del desarrollo económico.
Si por un
lado, al influjo de la propaganda abierta y los mensajes subliminales, la
cultura del consumo produce conductas adictivas, como la de ir de shopping, cambiar de heladera cada tres
años, de televisor cada dos o de computadora, tablet, zapatillas y celular de acuerdo al último grito de la moda,
por el otro lado, el “mensaje” consiste en que el consumo equivale al placer.
Si el
consumo equivale al placer ¿existe alguna forma mejor de obtener placer en
forma más instantánea que mediante el
consumo de sustancias que alteren de algún modo la conciencia o la voluntad, y
nos permitan evadirnos, aunque sea por unos minutos, de una realidad que tal
vez nos abruma? Un nuevo celular no tiene el mismo efecto ni igual grado de
instantaneidad.
Y si a este
mensaje, a esta “sensación”, le añadimos las conductas adictivas propias y
constitutivas de la sociedad de consumo, pasaremos inmediatamente del uso con
fines recreativos, sedantes, energizantes de las drogas, o comunicacionales,
para el caso de los celulares, a un consumismo que excede a las propiedades de
la sustancia u objeto: el sentido del celular ya no está en la utilidad de
comunicarnos más fácilmente con una novia, un hijo, un amigo, sino que se trata
de un placer que se obtiene en el acto, en el siempre efímero acto de consumir
un nuevo objeto o sustancia. En consecuencia, carece de sentido prohibir la
venta de ningún producto: se lo consumirá en forma ilegal o será reemplazado
por otro de similares características.
La moral en camiseta
Fue en los
albores de esta nueva cultura y al calor del puritanismo religioso que en el
siglo XIX surgió una corriente prohibicionista de la más extendida de las
drogas –el alcohol–, cuyo clímax tuvo lugar en octubre de 1919 con la
prohibición de la venta, importación,
fabricación y transporte de bebidas alcohólicas en todo el territorio de
Estados Unidos.
La influencia estadounidense en los asuntos mundiales
era sensiblemente inferior a la que el planeta padecería luego del fin de la
segunda guerra mundial, de manera que la medida no se extendió más allá de sus
fronteras. Afortunadamente, pues el resultado
de la Ley Seca
fue el auge del contrabando, la venta y fabricación ilegal de bebidas
alcohólicas, la prosperidad y sofisticación de las organizaciones delictivas,
su creciente influencia y penetración en todas las instituciones y en los más
diversos ámbitos sociales, y el aumento de la violencia debido a las guerras
entre los distintos grupos por el control del negocio.
El efecto sobre el hombre común fue el incremento del
consumo de alcohol, que de más o menos habitual y rutinario, se volvió ávido, cuando
no “chic” y desenfrenado, ya no por parte de los bebedores consuetudinarios,
sino por cualquiera que accediera a una botella cada vez que podía tenerla al
alcance la mano. Otra consecuencia de no menor gravedad, fueron las muertes y
lesiones severas provocadas por la ausencia de controles bromatológicos y la adulteración
y fabricación casera de las bebidas, lo que redundó en la baja de la calidad de
los productos y la utilización de “estiradores” perjudiciales para la salud y
aun mortales, como el alcohol metílico.
En el origen de la prohibición confluyeron el
puritanismo de las sectas religiosas fundamentalistas, el higienismo de los
socialistas y el intento de organismos estatales y políticos de reducir la tasa
de delitos, que adjudicaban a la embriaguez.
Lejos de reducirlo, la prohibición incentivó el
consumo, exponiendo además a los ciudadanos honestos que pretendían tomar una
copa, al contacto y la transacción económica con elementos delictivos. A la
vez, y de paso cañazo, al facilitar un medio de alta rentabilidad a los
individuos y grupos más dinámicos de los sectores sociales más bajos, se
desviaban hacia el delito las energías que de otro modo podrían haber
contribuido a cuestionar un poder político y económico responsable de la
exclusión y la injusticia social.
Los efectos institucionales fueron peores, si cabe: la
prohibición y la alta rentabilidad del negocio no sólo había agravado la
corrupción de políticos, funcionarios y policías, sino que incrementó los
gastos necesarios para garantizar el cumplimiento de la ley.
Simultáneamente, la desaparición de los tradicionales impuestos a la comercialización de bebidas alcohólicas redujo los cada vez más exigidos recursos fiscales.
Simultáneamente, la desaparición de los tradicionales impuestos a la comercialización de bebidas alcohólicas redujo los cada vez más exigidos recursos fiscales.
La Ley Seca fue un
ejemplo de confusión entre la salud física y mental de los individuos, la
virtud cívica, la moral religiosa, la salud de la sociedad y la ridícula
pretensión de cuidar a las personas de sí mismas. Basta meter todos estos
ingredientes en una licuadora para sacar un monstruo sin pies ni cabeza.
Un
breve intervalo de sentido común
La lógica, el sentido común y las necesidades
recaudatorias derivadas de la crisis de 1929 llevaron a que, al influjo del
nuevo presidente Franklin Delano Roosevelt, a fines de 1933 el Senado
estadounidense derogara la infausta ley.
Con la derogación no desaparecieron las organizaciones
delictivas creadas a su amparo, pero fueron gradualmente reduciendo su
influencia y, en muchos casos, mediante el lavado de dinero, reconvirtiéndose
en empresas capitalistas sujetas al siempre relativo control del Estado.
Es, justamente, en el relativo poder del Estado –o de los Estados en general, incluido el federal estadounidense– donde radica el
principal factor que gravita en la llamada “guerra contra las drogas”,
afirmación que nos lleva a una tal vez inevitable perífrasis.
Si es discutible que, como aseguró Bertold Brecht, “El
ser humano aprende de la desgracia tanto como el cobayo aprende biología en su
jaula de laboratorio”, no es posible dudar de la validez de la amarga sentencia
en lo que se refiere a la capacidad de las sociedades para aprender de la
experiencia histórica, propia y ajena. ¿La prueba? A partir de 1961 y tras
sucesivas convenciones, la arrolladora influencia internacional estadounidense
llevó a Naciones Unidas a prohibir un creciente número de drogas, primero
naturales, y luego “de diseño”, a medida que fueron apareciendo para reemplazar
a las faltantes en el mercado debido a la prohibición.
Este proceso de internacionalización de una nueva Ley
Seca reprodujo los funestos efectos de la primera, sólo que ahora a escala
internacional, y amplificados por la creciente paranoia de las administraciones
estadounidenses, su papel de policía internacional, simultáneo al progresivo
debilitamiento de su aparato estatal.
La Ley Seca norteamericana,
cuya aprobación ignoró las más elementales normas de la lógica y el sentido
común y mostró pronto sus perjudiciales resultados, demoró 14 años en
derogarse… coincidentemente con el proceso de fortalecimiento del poder estatal
federal liderado por Roosevelt. La actual, de consecuencias aun más funestas,
lleva más de medio siglo y su abolición no se observa como posible dentro del
plazos mediatos, pues en el ínterin el poder de los Estados fue erosionado por
la creciente influencia de las diferentes corporaciones económico‑mediáticas y
las organizaciones no gubernamentales, pero también por la propia acción de
organismos y oficinas gubernamentales y aun estatales de naturaleza policíaca:
mantener una guerra perdida de antemano contra “las drogas” demanda cada vez
mayores recursos, que, para fines publicitarios, son asignados al sistema
mediático y ONGes “especializadas”, y para el orden investigativo y policial, a
organismos gubernamentales y estatales, que ven reforzados sus presupuestos y
plantillas, incrementando así su poder dentro de sus respectivas organizaciones.
El
negocio de la hipocresía
Por definición, los principales interesados en el
mantenimiento de la prohibición son los narcotraficantes, cuya actividad posee
un índice de rentabilidad que supera las más descabelladas fantasías del más
ávido de los plutócratas, pero no debe despreciarse el interés de preservar sus
presupuestos –y negocios anexos al combate contra el narcotráfico– de policías,
expertos, organizaciones no gubernamentales, jueces, dirigentes políticos y
organismos especializados, tanto en los Estados Unidos como en el resto de los
países.
A esta combinación se suma la confusión de la opinión
pública, inficionada por campañas alarmistas y absurdas disquisiciones sobre si
“la droga” es buena o mala o si revisten mayor o menor peligrosidad las
naturales o las de diseño, lo que no viene a cuento de nada, ya que no se trata
de cuidar a los individuos de sí mismos sino de proteger la salud institucional
de la sociedad. El resultado de estas campañas ha sido y sigue siendo impedir
la resolución de un problema de tal gravedad que ha desquiciado la vida de
algunos países y está a punto de desquiciar la de varios más.
El momento actual es similar al que enfrentaba
Roosevelt al inicio de su primer mandato, pues, coincidentemente, ante el
avance incontrolable de las corporaciones económico-financieras, resulta
imprescindible el fortalecimiento del poder de intervención y la capacidad
recaudatoria de los Estados. Por un lado, para detener ese avance y, por el
otro, para implementar políticas de redistribución directa e indirecta,
paliando, al menos en parte, los efectos destructivos de décadas de
neoliberalismo, cuyo epítome por excelencia es, justamente, el
narcotráfico.
Así como los Estados recaudan una importante porción
de sus presupuestos mediante gravámenes a la fabricación, distribución y venta
de bebidas alcohólicas y drogas sicotrópicas de uso restringido, incrementarían
enormemente sus ingresos mediante la comercialización restringida y controlada
de las sustancias hoy prohibidas.
Por otra parte, los controles farmacológico y
bromatológico disminuyen los riesgos de adulteración, estiramientos perniciosos
y contaminación, contribuyendo así a la protección de la salud pública de manera
mucho más decisiva y eficiente que la conseguida mediante la prohibición, que a
estos efectos ha resultado contraproducente.
Desde luego, siempre habrá quien quiera sortear los
controles estatales o evadir impuestos, pero en estos casos suelen conformar un
mercado marginal, de muy pequeña importancia y de mucho menor daño social que
el producido por el narcotráfico actual.
La hipocresía, la doble moral, la confusión que
conciente o inconcientemente se provoca, la preservación de los negocios,
fuentes de financiación y presupuestos, impiden abordar el problema del
narcotráfico con seriedad y ánimo de resolverlo de la única manera posible:
eliminando la prohibición que le ha dado origen.
En tanto prosigan las políticas prohibicionistas se continuará debilitando a los Estados, corrompiendo a las instituciones
nacionales y desquiciando la vida social hasta un punto de anomia del que, tal
vez, ya no sea posible volver.
Esto no es un asunto de narcosocialismo, narcocordobesismo o narcojusticialismo, sino de un problema político de gran
importancia económica y profunda gravedad institucional, capaz de provocar
verdaderos estragos sociales. Contrariamente a lo que se piensa, no a causa del
consumo de sustancias perniciosas para el organismo humano, sino por medio de
la creación de un negocio delictivo de tan alta rentabilidad que corrompe
fácilmente policías, jueces y funcionarios y, lo que es más grave, aparta de
las luchas políticas y sociales a muchos los jóvenes más dinámicos de la clase
trabajadora, condenándolos a una actividad delictiva que no altera, sino que fundamenta
y consolida la injusticia social.
3 comentarios:
Un punto muy interesante desde el cual hace girar toda una visión a considerar con el apoyo de firme argumentación.
Fue un gusto haber charlado con Teodoro en la cena de anoche. Que se repita!
Buenas Inge,
Muy bueno el artículo de Teodoro, aunque no desarrolla el aspecto financiero de la prohibición de las drogas. Comisiones por lavado del 30% son una tentación irresistible para Wall Street, y es en definitiva lo que mantiene vivo este circuito.
Saludos,
Andrés
A propósito, la Global Commision on Drugs (entre otros, la integran ex presidentes como FHCardoso, Gaviria y Zedillo) emitió hace tiempo un reporte en el que dice cosas como:
“La guerra global a las drogas ha fracasado, con consecuencias devastadoras para individuos y sociedades alrededor del mundo...
...Terminar con la criminalización, la marginalización y la estigmatización de las personas que usan drogas pero que no hacen ningún daño a otros. Desafiar los conceptos erróneos comunes acerca de los mercados de drogas, el uso de drogas y la dependencia de drogas en lugar de reforzarlos.
Alentar a los gobiernos a que experimenten con modelos de regulación legal de las drogas a fin de socavar el poder del crimen organizado y para salvaguardar la salud y la seguridad de sus ciudadanos. Esta recomendación se aplica especialmente al cannabis, pero también alentamos otros ensayos de descriminalización y regulación legal que puedan conseguir estos objetivos y proveer modelos para otros...".
http://www.globalcommissionondrugs.org/wp-content/themes/gcdp_v1/pdf/Global_Commission_Report_Spanish.pdf
Muy buen post.
Saludos.
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